01/15/2017 - 05:09
Por: Pbro. Elías López Bautista
(Evangelio del 2º. domingo del tiempo ordinario Ciclo A: Jn 1,29-34)
Juan Bautista presenta a Jesús como el Cordero de Dios, aludiendo al cordero degollado cuya sangre liberó a los israelitas del exterminio (Ex 12,5.13). El cordero fue inmolado, como lo será Jesús; fue comido como el cuerpo que Jesús ofrecerá en la Última Cena. Un día después el pueblo de Israel salió de Egipto en pos de su libertad. Al llamar a Jesús Cordero de Dios, el Bautista afirma que Él será el libertador del pueblo. Jesús liberará a la humanidad del “pecado del mundo” en singular, el pecado común a todos los seres humanos. Se refiere a una situación de pecado, al pecado estructural. En otros palabras, el Mesías viene a transformar nuestra condición humana limitada e inclinada a querer y realizar lo que perjudica y hace sufrir a los demás (Ex 20,17). Dios nos conoce y sabe que esta pretensión de hacer el mal nos deshumaniza, nos domina y nos lleva a utilizar la violencia contra los demás en todas sus formas.
Los cristianos hemos olvidado algo que es fundamental en nuestra fe. Dios no ha venido solamente a perdonar los pecados, sino a quitarlos, a arrancarlos de la humanidad. Él nos ofrece no sólo el perdón que da vida y libera del odio y del resentimiento. También nos invita a compartir con Él la tarea de ir quitando el pecado, la injusticia y el mal que nos aprisionan y van creando a nuestro alrededor un ambiente malsano y contaminado. Y en ese clima envenenado se torna complicado y difícil hacer el bien y practicar la justicia.
Hemos estrenado este nuevo año, sintiendo los efectos perniciosos y mortales de una institución (la política), una estructura pecaminosa, alcanzada por el cáncer de la corrupción y de la impunidad. Los políticos han perdido toda sensibilidad hacia las necesidades de los ciudadanos. Sólo tienen en mente entregar nuestros recursos naturales a las transnacionales y enriquecerse a costa del pueblo. No les importa que el alza a los impuestos y el gasolinazo afecten la vida de los mexicanos y pongan en peligro la supervivencia de los empobrecidos.
Los mexicanos necesitamos despertar. No es posible que nuestros gobernantes nos sigan tratando como retrasados mentales y como sus esclavos. Necesitamos construir la justicia y la paz con la no violencia. Urge encontrar herramientas eficaces para obligar al gobierno federal a dar marcha atrás en ese impuesto a la gasolina que es, a todas luces, injusto e inconstitucional. A la violencia de los reventadores mercenarios hay que responder con inteligencia. A las medidas criminales y violentas que están asumiendo nuestros gobernantes hay que responder con unidad y organización. También nos es necesaria un poco de locura para dejar de ser el “país de nunca pasa nada.” Escribía hace poco Luis Manuel Garza: “Creo que sí se requiere al menos un poco de locura para enfrentar a Gobiernos criminales y abusivos, como los que hemos padecido los mexicanos, los cuales históricamente tienden a eliminar a sus enemigos mediante el asesinato, la desaparición forzada, el encarcelamiento ilícito, la privación ilegal de la libertad y la tortura, entre otras linduras que aquí soportamos.”
Nos sentimos acompañados por Jesús de Nazaret, el Dios con nosotros. Él camina con nosotros y en el evangelio de este día nos recuerda que el pecado nos deshumaniza a las personas y a las estructuras pecaminosas y corruptas de nuestra sociedad. Dice José Antonio Pagola que “toda reforma o revolución que no toca ni transforma esta estructura egoísta y pecadora del ser humano podrá ser un logro estimable, pero no nos conduce a una verdadera liberación.” Por eso necesitamos aceptar a Dios como Padre y la fraternidad como una tarea urgente. Aceptemos el desafío del papa Francisco para que la paz reine en el mundo el año 2017: que la violencia sea desterrada de la vida de cada uno y que esto se haga a través de la oración y de la acción. Pedimos a Dios que su Reino de paz, justicia y amor venga a nosotros. Y que cada uno de nosotros asumamos este proyecto de Dios, considerándolo como el quehacer fundamental en nuestra vida diaria.