Crímenes de odio y matrimonio. Crítica y autocrítica

 06/14/2016 - 01:38
Hago un llamado a los católicos y a la misma jerarquía
para que asuman el espíritu de Jesús; que ya dejen la Inquisición,
que es de otra época. Ya no debe operar en este tiempo.
No debemos promover actitudes de crímenes de odio; tenemos
que respetar, esa es la palabra clave: respeto a la diversidad sexual...
Es muy grave que estén pidiendo que actúen en esa dirección,
porque eso puede desencadenar intolerancia
y actitudes homofóbicas y de violencia.
¡Qué hipocresía!

Padre Alejandro Solalinde (1)

 

Ayer domingo, como a mucha gente en todo el mundo, me conmovió profundamente la noticia de que en Orlando, Florida, cincuenta personas fueron asesinadas en un bar gay, y como mucha de esa gente, reaccioné con un comentario en Facebook en el que advertí que hechos como este multihomicidio pueden ser producto de la intolerancia como la que desde hace algunas semanas despliega la jerarquía católica mexicana mediante una campaña nacional contra la iniciativa legal de reconocer a parejas del mismo sexo su derecho al matrimonio y la adopción.

La reacción a mi publicación me dejó perpleja. Entre algunos pocos comentarios de apoyo recibí más de cien muestras de desacuerdo, que van desde razonamientos respetuosos de carácter religioso, hasta duras descalificaciones personales e insultos.

Admito que mi comentario, por su brevedad e inmediatez, pudo ser leído precisamente como un llamado a la intolerancia hacia la iglesia católica. Esa no fue mi intención. Lo que señalé es que vivimos en un país con un Estado laico, en el cual las decisiones de los tres poderes de la Unión no deben tomarse en base a creencias religiosas, sino, en todo caso, a los derechos humanos universalmente aceptados. A la vez, sostengo que las campañas orquestadas como en este caso, por los altos jerarcas de la institución católica, sí están relacionadas con un aumento de la violencia verbal hacia la diversidad sexual, que por centurias ha sufrido todo tipo de vejaciones.

Mi intención no fue desacreditar la fe católica basada en el Jesús de los Evangelios. Si se lee el historial de mis publicaciones, se puede ver que he compartido incluso homilías y mensajes católicos que considero importantes para guiarnos por el camino de la paz y el amor. Me precio de ser amiga personal de varios sacerdotes y laicos católicos a quienes admiro muchísimo por ser ejemplo de congruencia entre su práctica y su fe inspirada en las palabras de Cristo, quien, de acuerdo a la propia fe católica, no vino a nuestro planeta a avalar aquellas partes del Antiguo Testamento que lejos de incitar al amor incitan al odio. Con Él se renovó la fe judía al dar un giro dramático en el sentido de perdonar incluso a la adúltera y alejar a aquellos que la condenaban, listos para apedrearla. (Jn 8,1-11)

Sin embargo, entiendo que pude ser más sutil y poner en contexto mis palabras, por lo que pido desde aquí una disculpa a quienes se hayan sentido ofendidos, y a ellos dedico estas letras en las que trato de revisar mi propio razonamiento, así como aportar más elementos de análisis para tan delicado tema.

Muchas de las personas que me criticaron afirman que nada tiene que ver el llamado “a la acción” de algunos miembros de la alta jerarquía católica mexicana en contra del matrimonio igualitario, con la violencia homicida que cobró cincuenta vidas en un bar gay de Estados Unidos —o con las siete personas asesinadas en otro atentado reciente contra un bar de este tipo, pero en Veracruz, al que casi nadie prestó atención (2) (3)—. A estas personas les digo que violencia no es sólo la que ejerce el criminal que jala el gatillo o el poderoso que aplasta a quienes le estorban. Violencia es la que inicia con el desprecio a los derechos de quienes son diferentes a nosotros. Violencia es creer que yo tengo más derechos que mi prójimo porque mis creencias, sexualidad, moralidad, raza o clase social me hacen superior a él. Violencia es la broma homofóbica o machista que con apariencia “inocente” devalúa a otros seres humanos. Incitación a la violencia es también que una de las instituciones más poderosas de la historia tenga voceros que con el pretexto de “defender a la familia”, quieran determinar quiénes tienen derecho a formar un núcleo familiar y quiénes no. ¿Hemos olvidado que desde el púlpito se han azuzado muchas de las grandes “guerras de religión” en el pasado, y que desde la estructura eclesial se sigue tolerando y encubriendo la pederastia clerical a pesar de que el Vaticano haya cambiado sus reglas, más no necesariamente sus prácticas?

A todo lo anterior parece referirse el Padre Alejandro Solalinde en la cita con la que abro este texto, pues él, como parte de la iglesia, sabe muy bien que es grave que en nuestros tiempos se siga repitiendo desde los altos mandos del catolicismo un discurso inquisitorial que, cito, “puede desencadenar intolerancia y actitudes homofóbicas y de violencia”, lo cual, según activistas, ya está sucediendo (4).

¿Cómo debemos entender las insinuaciones burlescas del obispo de Culiacán, Sinaloa, acerca de la sexualidad de Enrique Peña Nieto? (5) ¿Cómo tendríamos que asumir la afirmación del semanario “Desde la fe”, de la Arquidiócesis de México, en el sentido de que la iniciativa de ley para permitir la adopción y el matrimonio a personas del mismo sexo es “una campaña intensiva y perniciosa para promover el estilo de vida homosexual desde la más tierna infancia”? (6) ¿Debemos aceptar sin reparos que el cardenal Norberto Rivera —quien tanto defendió a Marcial Maciel y a muchos otros sacerdotes condenados por pederastia— desapruebe el uso del condón (7) y desconozca la laicidad del Estado mexicano al negar validez al matrimonio civil, pues para él este acto “tiene un carácter sacramental desde el principio”? (8) ¿Católicos y no católicos debemos dar por buena la hipótesis de la iglesia que dice que sólo hay un tipo de familia “naturalmente” válido?

Si no estamos dispuestos a reconocer como violencia verbal y escrita esas convocatorias a negar derechos a un segmento de la población por parte de quienes por tradición y fe son reconocidos por millones de mexicanos como guías espirituales y éticos, entonces no seremos capaces tampoco de reconocer nuestra propia violencia y nuestros propios prejuicios.

Para abonar a esta discusión desde un punto de vista crítico, más que ir a buscar argumentos entre los activistas de la diversidad sexual o entre los enemigos declarados del catolicismo, hay que escuchar a los sacerdotes que no están de acuerdo con la postura descalificadora de sus superiores jerárquicos, como el Pbro. Raúl Lugo, teólogo y defensor de los derechos humanos a quien cito frecuentemente por la claridad de su pensamiento. Sabiamente Lugo ubica la cuestión enmarcándola en el hecho legal incuestionable de que tenemos la suerte de vivir en un estado laico. Nos dice:

 

Hay quienes no terminan de ver por qué tanta molestia de algunos creyentes, dado que la discusión no se refiere al matrimonio religioso, un sacramento dentro de la iglesia católica, sino a una cuestión de carácter civil y un asunto, no deberíamos olvidarlo, de derechos humanos.... Sería una intromisión intolerable de parte del Estado que quisiera meterse a revisar las definiciones o normas de una institución religiosa... Pero también es cierto que, por lo mismo, en una sociedad secular y plural como la que vivimos, la iglesia no puede pretender que sus concepciones sean norma para todos los individuos que conforman el Estado... esa es quizá la ventaja mayor del Estado laico y de la autonomía de los dos órdenes, el religioso y el civil. (9)

 

Incluso un líder de opinión tan conservador como Armando Fuentes Aguirre, “Catón”, en su columna de hoy publicada en diversos periódicos del país se reafirma católico sin que por ello deje de hacer una ácida crítica a la postura oficial de la iglesia:

 

Algunos de los jerarcas que truenan contra la iniciativa de Peña Nieto no vacilan en recurrir a la injuria, a torpes insinuaciones sobre la vida personal del Presidente, a expresiones infamantes indignas no ya de alguien que se dice ministro del Señor, sino de cualquiera que tenga un mínimo de decencia. Igual que México no merece tener los políticos que tiene, tampoco merece tener clérigos así, tan poco ilustrados, tan pedestres en sus declaraciones, tan ciegamente fanáticos, con tanta arrogancia y tan poca humanidad. (10)

           

Lo he dicho en escritos anteriores, y en esto coincido con el Padre Lugo: La iglesia está en todo su derecho de negar el sacramento matrimonial a quien quiera, como tradicionalmente se lo ha negado a las personas heterosexuales divorciadas; pero esta institución no tiene ningún derecho a querer imponer esos criterios de exclusión a las leyes civiles. ¿Son estas prácticas acordes con el amor incondicional que Cristo vino a enseñarnos? ¿Se construye el Reino de Dios marginando a quienes no cumplen con los trámites establecidos por la burocracia clerical o a quienes son considerados “indignos” o “impuros” por sus preferencias sexuales?

Yo leo en el Evangelio a un Cristo que convivía con los pecadores y marginados de sus sociedad, siempre mostrando bondad y comprensión por los más débiles y excluidos.

Aprender a ver la violencia en nuestras propias palabras y hechos, sin dejar de hacer valer nuestro derecho a la crítica hacia las violencias materiales o simbólicas de los demás, es un ejercicio necesario si es que realmente queremos colaborar en construir un mundo menos cruel y más armónico que éste que nos ha tocado vivir.

Si mi breve comentario ofendió a los católicos, insisto, pido disculpas por no haber sido más clara. No es la fe católica basada en las extraordinarias enseñanzas de Cristo Jesús la que pongo en tela de juicio, mas, sí sostengo que la marginación, la descalificación, la condena y la violencia verbal o física contra la diversidad sexual, es una grave falla humanitaria que está muy alejada de dichas enseñanzas. Cristo predicó: “¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?” (Mt 7,3). Si acaso los lectores católicos se sienten muy lejos de caer en esas “desviaciones” sexuales que condenan, los invito a reflexionar si no están dejando de ver sus propias y graves fallas, porque los humanos podemos cometer actos que son considerados pecados por la iglesia católica, entre los que destacan los llamados siete pecados capitales: Lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia y orgullo.

¿Estaremos todos nosotros tan lejos de por lo menos uno de estos pecados como para sentirnos capaces de tirar la primera piedra, real o metafórica, sobre las personas de la diversidad sexual?

Si yo hubiera estado en aquel momento en el que Cristo dijo, “el que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”, hubiera dejado la piedra caer al suelo y me hubiera retirado con la cabeza baja, avergonzada.

 

Cristina Sada Salinas

 

Foto tomada de AFP: liga

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Cristina Sada Salinas
Regiomontana, apasionada por la comunicación, en la busqueda de construir opciones de participación ciudadana, para hacer frente a la corrupción del poder político y económico de México.

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