El perro de Gibrán (Primera parte)

 05/02/2015 - 01:13

Por Jorge Vecellio

 

De Gibrán Jalil Gibrán, el gran maestro libanés, quien cuenta que la luna llena se elevó gloriosa sobre la ciudad y todos los perros comenzaron a ladrarle (El precursor, 1929). Todos menos uno, el cual regañó a los demás con voz grave: «No ahuyentarán la tranquilidad de su sueño, ni la bajarán a la tierra con sus ladridos». Entonces los perros callaron y hubo un silencio terrible. Pero el que les había hablado siguió ladrando y aconsejando silencio por el resto de la noche.

Hay quienes, como la luna, se encumbran en lo más alto con aspiración de eternidad. No tienen luz propia y deben su notoriedad a un reflejo usurpado, su atmósfera es irrespirable pero se sienten bellos y anhelados, la atracción que ejercen recuerda la insoportable levedad del ser; se piensan únicos e irrepetibles, pero palidecen ante la claridad del día.

Y están los perros, los que ladran y se quejan en un idioma que la luna no entiende o no escucha, o simplemente desprecia porque sí, porque la luna no está para complacer a los perros. Pero en este universo coexiste también un perro diferente a los demás, uno que reacciona ante la indiferencia de la luna y les dice a los otros que es inútil, que para qué quejarse si nada va a cambiar. Y cuando el resto admite su impotencia y cierra el hocico, nuestro héroe persiste denunciando la necedad de quienes denuncian, su falta de paz, su esfuerzo inútil.

 

***

 

El gran Gibrán. Pensaba que el progreso no consiste en mejorar lo que se hizo mal, sino en ocuparse de lo que falta por hacer. Su perro, en cambio, hizo de la denuncia su razón de vida y cayó en la misma falta que repudiaba en otros. Quejarse de la queja no le aporta nada al asunto. Hay que pensar en algo más. Si la luna no escucha aunque le gritemos, si le arrojamos piedras que lo llegan a rozarla, si no-se-puede-con-ella, tampoco sirve abundar en ejemplos que perpetúen su indolencia. Por qué no probar algo distinto, ser creativos. Está demostrado que si unos cuantos perros listos se juntan, pueden construir un vehículo que les permita treparse sobre la luna, clavarle una bandera en el lomo y decirle: aquí estamos, carajo, ¿no que no se podía? Costó llegar, pero demostró que la suma de voluntades puede alcanzar lo aparentemente inalcanzable.

 

***

 

La analogía hace aguas, no hay por dónde sostenerla, ahora resulta que Peña Nieto es la luna y nosotros unos perros. No, no va por ahí. Hablo más bien de hacer algo más que encerrarnos en la jaula de los lamentos. Esconder la cabeza como el avestruz, no cuenta como alternativa. Es decir que (en-mi-humilde-opinión) quejarse no sirve, y tampoco hacerse el distraído y simular que no pasa nada. Voy por una tercera vía, por una cuarta, una quinta. Escucho ofertas. Ir todos a votar, y destronarlos con sus propias armas. O no ir ninguno, y a ver cuántos acarreados juntan para sostener su reino de mentiras. O dar un poquito de lo mejor que tenemos, compartir buenas ideas.

Aquí la dejo para no aburrir (dizque a los lectores modernos no les gustan los textos largos). Pero soy como el perro de Gibrán, me gusta insistir sobre lo dicho, aunque más no sea para autoconvencerme. Volveremos, el perro y yo. Diciendo que de nada sirve ladrarle a la luna, pero también tratando de proponer una opción diferente. A ver qué logramos.

 

Ilustración: "Perro de luna", de Rufino Tamayo. Tomada de: liga

Imagen de cristinasc
Cristina Sada Salinas
Regiomontana, apasionada por la comunicación, en la busqueda de construir opciones de participación ciudadana, para hacer frente a la corrupción del poder político y económico de México.

Follow the author on         or visit   Personal Blog